jueves, junio 10, 2004

La chica del fistón

Rícamente vestida y con ojos color de nada, acompañando la mirada en una bruma lejana, aparece La del Fistón, con movimientos nebulosos, envueltos en el mistiscismo de su mismísima mirada. La piel, blanca, mortecina, casi casi morada debido a la transparencia de papel con que cubre sus venas... y sus pequeños pies desnudos lastimándose con la tosquedad del piso.

Espectador lentamente vá levantando la vista y lo mismo que el hombre de levita la mira lascivamente. Ella vá transformándose en lo que ambos más desean, poco a poco ella se va convirtiendo en deseo, en ese deseo lejano e intocable que mueve las tripas y las aprieta hasta tironear en vuelcos de corazón y enamoramientos profundos. Mas sus efectos sólo duran una función.

Si la miras fijamente sus ojos van cambiando de forma, pero siguen sin tener color. Cuando te mira parecerá que es tu madre quien te arrulla y te ofrece el pecho, es la remembranza de la leche, de un tiempo desvivido y dicterioso en la que te veías inutil y aprendiste a depender de ella. La boca sin embargo no era de labios delgados, apretados y frígidos, y la visión de unos labios gruesos y abultados salí­a sobrando, los de ella teí­an la forma de un corazón, de esos que siguen manteniendo su forma durante el fellatio más profundo. Aquellos labios se verán preciosos incluso engarzados en las arcadas de un vómito nauseabundo y te provocara meterlo más fuerte, mas dentro... para borrar esa sonrisa que te recordaba a la de tu hermana y que producí­a un complejo catatónico entre el gozo y la excomunión.

La chica del fistón no hacía nada.

Y es que chicas como ellas no saben hacer otra cosa mas que ser camaléonicas y ser lo que su interlocutor desea. Es de esas chicas que se llaman Deseo, de esas que exhudan Deseo, de esas que cagan Deseo.

Después de todo ella hací­a algo... desaparecía para darle lugar a la imagen que alguien mas habí­a creado, pero con cada función se iba desvaneciendo un poco mas... se volví­a nada mientras alguien más la deseaba.

martes, junio 01, 2004

Los cuatro payasos

Se escucharon nuevamente las fanfarrias, y cuatro payasos vestidos igualmente como payasos salieron con una carretilla y en ella rápidamente hicieron desaparecer a Par de ojos y su oso de felpa. Dedicaron unos minutos a cabriolas y ruedas de carro enseñando los dientes cariosos y apestando a rayos y establos.

Levantaron la lona manchada de sangre y fué aventada sobre la misma carretilla.

El hombre de la levita hizo su aparición y con un par de ojos surcados por ojeras de cuatro centímetros mira fúnebremente a la "multitud". Después de unos años esta "multitud" había ido reduciéndose y en algunas ocasiones los mismos actores debían colocarse en las gradas y aplaudir porque la misma "multitud" también se iba haciendo paulatinamente mas pasiva.

Era como si no esperasen nada, como si fueran observadores lacónicos - un par de estátuas cagadas por palomas tendrían algo mas de gracia - era el rumor extendido que solían repetir tras cada función el circo entero.

...

Mientras tanto cuatro payasos vestidos de payasos seguían arrastrando una carretilla que terminaron por abandonar en el mismo rincón de siempre, entre los vagones y los tenderos de ropa que solían poner para ir lavando la función del día siguiente. Los apestosos y deslustrados trajes se exhibian llenos de parches y la gorda de la barba insultaba en viva voz

- ¡Ya me vinieron a botar a la pinche esta! ¡Ya les dije que yo no voy a andar limpiando sus porquerías! - Y en la carretilla se revolvían las formas mientras buscaban calor.

La misma gorda seguía recolectando enormes calzones del tendedero, algunos agujereados, otros tantos con remiendos en resortes y estirados hasta crear bolsas que colgaban como si tuviera algo pesado en el culo. Sin embargo los seguía usando porque para ella la importancia no estaba en la apariencia, sino en la comodidad del espectáculo - Y hay que decir que los calzones buenos no son baratos. Se la podía ver por las noches luciendo sus carnes ante el espejo, mientras fumaba unos cigarros de mierda y se retocaba la barba y rascaba el pelo de las axilas.

Los payasos mientras tanto habían vuelto a la pista y mientras el hombre de la levita continuaba con su infinito "Choro" dos de ellos terminaban de armar el siguiente escenario mientras que los dos restantes continuaban imitando el infantil ingenio de los locos y como payasos locos actuaban alrededor de la pista, siempre a metro y medio de distancia del orador. Nadie quería enfurecer al hombre de la levita.

Acabado el discurso y encumbrando una ceja volvió a ver el telón mientras presentaba a la ¡Chica del fistón!...